

El otro en nosotros: Qatar y la poética de la incomodidad
Reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo
Umberto Eco
Escribo (reescribo y corrijo) este comentario en una serie de espacios que se traslapan con el pasado, el presente y el futuro. Una de estas frases, por ejemplo, fue tallada a mitad de un bloqueo. En el kilometro doscientos y algo de la Ruta Interamericana. Transportistas atraviesan camiones y camionetas extraurbanas a mitad de la carretera, impidiendo que furgones, camionetas, pipas de gasolina y automóviles comunes lleguen a la frontera, con sus familiares, con sus jefes, que los abastezcan de productos de primera necesidad o de abrazos y palabras fraternas que las vacaciones anuales de fin de año procuran y promueven. «Exigimos la reducción de los precios de la gasolina y la canasta básica», gritaban los camioneros a través de un altoparlante. «La vida es insostenible», concluían. El bloqueo dura de dos a tres días. Me toca, me tocó o me tocará dormir en el bus, junto a veinticinco o treintaicinco personas más. Muchos de ellos, hondureños y cubanos: todos ellos con destino a Gracias a Dios, el punto fronterizo donde un coyote y el espejismo del sueño americano los esperan. Otra de estas frases fue cincelada en el medio tiempo de la sorpresiva victoria de Arabia Saudita sobre la Argentina de Leo Messi o durante la dolorosa derrota de una disminuida Alemania frente a su homóloga japonesa. En este carrusel de fotografías instantáneas, también se traslapan bodas, bautizos, caminatas a la luz de la luna huehueteca, marimbas sacadas del infierno, cruzadas de tienda en tienda en busca de estampitas para completar el álbum de Panini. Instantáneas en que la agonía, la farándula, el hambre, la derrota, la victoria, la necesidad y el espectáculo se traslapan.
La vida insiste en ese movimiento dialectico de eliminación en que uno sale con la copa en la mano. Trátese de política o de futbol. Curiosamente, ni Guatemala ni Venezuela acudieron a la cita mundialista en Qatar. Es curioso que un evento globalizado se lleve a cabo en un solo sitio: un país con exceso de restricciones y carencia de libertades individuales. En los últimos días, intelectuales (y otros no tanto) de meñique levantado y pajarita en el cuello, que curiosamente lloraron media semana a Pablo Milanés, han criticado, desde el 19 de noviembre la decisión de la FIFA de celebrar el mundial en Qatar. Y como no tienen a Gianni Infantino agregado a su lista de amigos en Facebook, desplazan sus críticas a los amigos o conocidos cercanos, o a quien le caiga el guante: ¿Ver el mundial te vuelve un opresor? Slavoj Žižek, en alguna parte del grueso de su obra, afirma que la mayor prueba de respeto que se puede mostrar al otro es el cuestionamiento. Cuestionar. Cuestionar. Cuestionar. Qatar permite que el ciudadano de a pie, que el ciudadano de jornadas laborales de 12 o 15 horas, que no tiene tiempo de leer, pueda cuestionar. Qué alegre que Qatar nos incomode. Qué alegre que el otro nos incomode. Qué importa que sea una cultura que comprendamos o no comprendamos; lo importante es cuestionarla. Porque cuestionar al otro, después de todo, es cuestionar esa parte del otro que llevamos en nosotros. ¿Qué hay de mucho, o de poco, de Qatar, en nuestras culturas? Esa es la pregunta.
Ahora bien, en Internet, abundan memes, chistes y mofas sobre la cultura qatarí, y a veces de la nuestra, como aquella fotografía del qatarí con la boca abierta y cejas de sorpresa al ver que en Latinoamérica son las mujeres las que mandan a los hombres o son las mujeres las que tienen siete hombres y no al revés. ¿Qué esconden estos razonamientos? Porque la risa es racional, ¿o no? Ya lo dijo Freud en su El chiste y su relación con lo inconsciente (1905).
Bueno, también lo dice Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa: «Los monos no
ríen, la risa es propia del hombre, es signo de su racionalidad» (Eco, 1980, p. 187). Sin
embrago, también me parece acertada su antítesis puesta en boca de Jorge de Burgos, ese fraile ciego que nos recuerda mucho a Jorge Luis Borges: «La risa es signo de estulticia. El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo» (Eco, 1980, p. 187).
La risa y el cinismo han sido posturas de la literatura ejercidas más o menos, con mayor
frecuencia, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ante la incertidumbre, El arcoíris de gravedad optó por la risa y la paranoia. ¿Qué iba a combatir Thomas Pynchon? Únicamente la CIA y la KGB lo sabían y lo siguen sabiendo. A través de la risa, El tambor de hojalata cuestionó a sus lectores, cuestionamientos que hoy en día parecen lugares comunes, clichés, preguntas de bolsillo o interrogaciones tan elaboradas como sopas instantáneas. En Guatemala, la literatura y la risa están íntimamente relacionadas. Un buen ejemplo es Augusto Monterroso, más humorístico que político. Cuando Nuria Azancot, de El cultural de Prensa Europea del siglo XXI, le preguntó si creía que aún era necesario que el escritor o la literatura tomara partido en la lucha política, Monterroso respondió que Todo escritor es libre de involucrarse o no en los problemas del hombre de su tiempo, vale decir en la política. Es cuestión de temperamento, hasta de vocación. Y ha habido escritores que han puesto su vida y su obra al servicio de las causas en las que han creído, con admirable espíritu de sacrificio. Yo, en lo personal, he hecho un deslinde entre literatura y política y pretendo no mezclarlas: la literatura como arte y la política como acción (Monterroso, 2003, p. 249).
¿Es la comicidad de Monterroso un gesto apolítico? La pregunta es infantilmente absurda, si no ingenua. Sin embargo, en Guatemala, la comicidad, la ironía, el cinismo ha caído en la cobardía: es una literatura que asume los códigos del posmodernismo sin ser reflexiva y que, como dice Lewis Hyde, se ha convertido en la voz del atrapado que empieza a disfrutar de su jaula. Es decir, es una literatura que no incomoda. En este sentido, la muestra, o antología, o recopilación, o filtrado de convocatoria, Plexo América: poesía y gráfica Guatemala-Venezuela (2022) no es un cuerpo cínico o cómico. Es un conjunto que está dispuesto a combatir aquello que lo aqueja.
Rudy Alfonso Gómez Rivas, por ejemplo, destierra al hombre, a la humanidad de su poética. «Los sustantivos asquean las memorias de las moscas», dice. Ni un solo nombre, ni un solo sujeto, más que el lector, en la explanada de estas primeras páginas. Es curioso que el primer sujeto en nombrarse sea la figura ancestral de la abuela, que da título a un de los textos. Si Pablo Neruda humanizaba el paisaje, es decir, convertía montañas, riscos, lagos, ríos, mares en cuerpos sintientes para representar el dolor histórico de América, Gómez Rivas también simboliza la tierra, su tierra, en la figura de la abuela: es la tierra quien recorre la «habitación/ como queriendo escapar de ella» (VV.AA., 2022, p. 19). Otros textos más cohesionan esta poética en favor de la tierra: «Otras formas de caminar», «No somos lo amos», «El desierto», «Los que verdaderamente viven». «Pensándolo bien / todo a mi alrededor es un desierto»,
dice. Y Jorge de Burgos sonríe al leer: «La risa hiere las flores del mañana» (VV.AA., 2022,p. 23).
El siguiente en la lista es ese espejo deformado que la gente, en las ferias del libro, en las lecturas de poesía, en los stands de libros, suele llamar Matheus Kar. Mi madre me enseñó que es de mala educación hablar de uno mismo. Por ello, me gustaría desenterrar la presentación que Robert Landy le dedicó, allá por 2019, a estos mismos poemas: «alturas de wall street» se concentra:
como ya se ha hecho en Leaves of grass o The song of Hiawatha de Longfellow, en enunciar un territorio. «alturas de wall street», es una epopeya americana, o amerindia. América, no es un secreto, es un símbolo cansado por las urnas, las promesas del capital, el secuestro científico, el saqueo de recursos y la retórica industrial. América es todo, ahora, menos espiritual (que antes). Los centros ceremoniales han mudado de sitio y se sitúan en las grandes transnacionales, en los bancos, en los malls, en la usura, en Wall Street. Hay claros visajes, y eso se puede notar, al Canto general de Neruda o a Piedra de sol de Paz. Al igual que muchos autores, la admiración se esconde bajo la cita o el tributo y aquí hay un poco de ambos. Pero estos guiños no son otro asunto que el de la tesis por derribar: la metáfora de la altura. En cada uno de los modelos ilustres y feudales de anteriores epopeyas, hay un personaje central —Aquiles, Ulises, Eneas, Rolando, El Cid, Sigfrido, Cristo— cuya altura resulta superior a la del resto, que queda ensombrecido por aquel. Nada más aristocrático que ello. La nueva epopeya, según Kar, al igual que Whitman y Neruda, debe surgir desde la multitud, desde «el resto», como una voz plural que «asciende de las grietas, como un horizonte invertebrado/que camina ciego». A diferencia de Whitman, en esta obra ni siquiera hay personajes, quizá algunas fechas y algunos acontecimientos, pero todos anónimos, como si no debieran ser coronados por el fuego de la pluma y de la hoja. Posiblemente, sí, es cierto, ya no hay héroes, ya todos han sido desenmascarados (Landy, en Kar, 2019, p. 9-10).
La poética de Ruth Vaides es un prisma transparente: no esconde el enfado y la frustración colectiva. Mientras que unos se enjaulan en la ironía, otros asumen los barrotes de la patria «Fui condenada a sobrevivir / para siempre en esta jaula / que, tristemente, tengo que llamar patria» (VV. AA., 2022, p. 46). Con los recursos de la antipoesía, Vaides desata la voz colectiva de la inanición, de los traicionados, de los ciudadanos de transporte colectivo: «fui violentada con tachuelas / que venían camufladas / entre sacos de maíz de ayuda estatal». Me recuerda mucho a esa canción de Morrissey que señala los peligros de correr descalzo en un campo verdísimo lleno de vidrios rotos. La poética de Vaides no asume el cinismo, sino, más bien, señala el cinismo de la política y de la ideología que gobiernan el país. Si hay atisbos de humor, si hay atisbos de cinismo, no son atisbos cobardes, son, más bien, atisbos acusadores. En ese sentido, los textos de Ruth se explayan en lo que Slavoj Žižek declara kinismo (un concepto tomado de Peter Sloterdijk):
Kinismo representa el rechazo popular, plebeyo, de la cultura oficial por medio de la ironía y el sarcasmo: el procedimiento kínico clásico consiste en enfrentar las patéticas frases de la ideología oficial dominante —su tono solemne, grave— con la trivialidad cotidiana. Y exponerlas al ridículo, poniendo así de manifiesto, tras la sublime noblesse de las frases ideológicas, los intereses ególatras, la violencia, las brutales pretensiones de poder (Žižek, 1989, p. 57).
Autores como Estuardo Prado o Maurice Echeverría, por ejemplo, llevan este kinismo al
extremo. En Vaides, este kinismo también se puede observar en poemas como «Manual de instrucciones para que te odie todo un país» o «Acuerdos de paz». Asimismo, se pueden notar guiños a Manuel José Arce y Regina José Galindo en poemas como «Incesto», que renueva las temáticas y técnicas de los poemas «XX» o «¿Qué dirán de mí si un día aparezco muerta?» de estos dos autores, respectivamente.
Crosby Girón es la pieza existencial, etérea, metafísica de este rompecabezas de líneas
imaginarias. Es una poética juguetona, estira y hiere el lenguaje, hay juegos de palabras,
toboganes, palíndromos incluso. Por no mencionar la «preocupación sonora» (VV. AA.,
2022, p. 70). En el poema «XIV» declara sus intenciones: «Aun he de traicionar mi habla / y en lo pequeño del vocablo / incendiaré verbos abortados del ruido» (VV. AA., 2022, p. 69). El poema «IX» es uno de los más interesantes. Nombra el cansancio, las respuestas rotas, lavergüenza. «Todas mis razones son retazos / del cansancio y hasta respuestas / amplísimas y rotas / y felices // y tortugas / todo eso que han visto no importa». Al igual que en Rudy Gómez y en «alturas de wall street», la tierra, la Madre Tierra se hace presente; esta vez bajo el símbolo de la tortuga, que a su vez representa la creación y la maternidad. La tortuga de este poema es una tortuga, que al igual que los caparazones enterrados en Monterrico, buscan alejarse de la playa, de la vergüenza, del paisaje, del turismo, de las mineras. «Siempre entre tanto ruido de cobardes / las mieles de la podredumbre saben a gloria / y las babas carcomen centenares de generaciones / todas torcidas y maceradas en odio // tortugas felices: / pero sobre todo lejos de la vergüenza» (VV. AA., 2022, p. 67).
Por último, está Fredy Santos. Su poética mestiza asume el Tesla y la carretera de terracería, el jardín botánico y el girasol de plástico, el gramófono y el streaming. Santos no es antipoético porque mantiene la solemnidad (interrumpida a veces por la sorpresa o, en menor medida, las expresiones hiperbólicas). El tema amatorio es su mayor preocupación. Una preocupación melancólica. Pero el tema amatorio también trasluce socialidad y territorialidad. ¿Quién dijo que Neruda al decir pechos se refería a una mujer? ¿Quién dijo que no se puede inseminar la broza? ¿Quién dijo que una mazorca no puede morder la hoja que la oprime? En Santos, el tema del cuerpo también es el tema de la tierra, el terruño ancestral: «a veces vuelvo a mi cuerpo / para alimentar a mis pobres huérfanos / que jamás dejaré en el olvido» (VV.AA., 2022, p. 81). Estos poemas, al igual que los de Crosby, evidencian el cansancio de las rutinas, de los ciclos, de las vueltas al sol, la castrante vida contemporánea: «Se me hace que el hombre / cansado de volver a casa / con las manos vacías // se las mutiló / en defensa propia» (VV.AA., 2022, p. 80).
Hay un hilo conductor en Plexo América: poesía y gráfica Guatemala-Venezuela (2022) que las antologías contemporáneas en Guatemala están olvidando. La tira cómica, la imagen sangrante de telediario a las dos de la mañana, Jack Kerouac, John Waters, Ian Curtis, el Festival del Centro, el cinismo, el desencanto, el disfrute de los barrotes, ya son cosa del pasado. Mientras corrijo, reescribo o empiezo a esbozar estos comentarios, Enrique Bermúdez de la Serna, mejor conocido como «El perro» Bermudez, grita la atajada de penal de Memo Ochoa. En Qatar nadie cree que Robert Lewandowski haya fallado un penal, así como nadie cree que un turista mexicano que, pese a la ley seca de Doha, se haya ido a buscar alcohol y terminó en la mansión de un jeque qatarí tomándose una selfie con uno de sus leones mascotas y, obvio, bien alcoholizado. La ideología es cínica. Mientras que los cínicos se regodean en sus jaulas y se ríen de aquello que no pueden cambiar, los poetas guatemaltecos de esta muestra señalan la debilidad de los barrotes, que son más morales que éticos.
Desde Jacaltenango, desde Huehuetenango, desde Los Encuentros, desde la Cumbre de
Alaska, desde los atajos de las olvidadas carreteras de Quiché, desde una boda, desde un bautizo, desde un kiosko de Panini, en pleno Black Friday, en plena Feria del Libro (donde un youtuber tiene dos stands y toda la literatura guatemalteca se resume en una mesa) me despido. En cinco minutos empieza el segundo tiempo. Argentina y Alemania van ganando. Nadie imagina que los sauditas y los nipones le darán la vuelta al partido. Por más incomodidades, por más cuestionamientos.
Puedes ver la presentación en:
Guatemala, 20-25 de noviembre de 2022
Matheus Ka