Por Karina García Albadiz
Obra de Gustavo Zalamea, Marta, óleo sobre lienzo de 1984
Marta Traba nació en 1923 y murió en el 83 en un accidente aéreo. Repaso la noticia: falla humana, mil pies de diferencia, error grave de navegación en un personal altamente experimentado… lo demás un infierno que se bambolea como La balsa de la Medusa del pintor francés Théodore Géricault y que nutre la serie “El mar en la Plaza” de Gustavo Zalamea Traba. Nos dice José Ignacio Roca que: En 1816, una fragata francesa en ruta hacia Senegal, naufragó dejando ciento cincuenta hombres aferrados a una precaria balsa a la deriva. Cuando fueron rescatados dos semanas después, solamente diez estaban aún con vida. Dos aspectos singularizan este naufragio y el añaden una carga dramática e incluso política a la historia. De una parte, el hecho de que sin alimento alguno a bordo de la balsa, hayan tenido que recurrir para aplacar la sed a lo único que pudieron salvar del naufragio: barriles de vino. De tal manera que en la lucha por sobrevivir y en el delirio de la ebriedad, el desespero los llevo al asesinato y al canibalismo. El otro aspecto clave está ligado a la causa del naufragio: una sobrecarga irregular debido a ¿un error de juicio? Del oficial a cargo. Esa imagen terrible inspiró a Géricault a realizar una de las grandes obras de la pintura de todos los tiempos, terminada tres años después del suceso y compuesta a partir de los relatos de viva voz de dos de los sobrevivientes. Una “situación-límite” dirá Traba aunque la Balsa de Gustavo agregará: “es la de la tragedia causada por la ambición, la ineptitud y la corrupción, la del canibalismo causado por la necesidad, lucha de alienados por un precario territorio que no deja de tener hoy en día lecturas y concordancias macabras”. Me gusta pensar que Gustavo se llevó del centro y sur de Chile ese mar Pacífico que de pacífico no tiene nada y lo instaló en la Plaza Bolívar para representar a toda Latinoamérica, parece decirnos: hacemos agua, naufragamos, vivimos en un equilibrio precario como en una balsa en altamar, no hay voluntad política, se tiene el gobierno, pero no el poder como le pasó a Allende con ese Socialismo a la chilena y hoy le pasa a la socialdemocracia de Boric.
He repasado una y otra vez el accidente, me he quedado pensando en esa cadena de fallas humanas que pueden sellar nuestro destino. La balsa, un avión, esa balsa de nuevo que en la intersección del Río Negro y Solimais, a la mitad del viaje, cruce de ríos que origina el Amazonas muere Gustavo Zalamea: un camino-desvío que ya poco depende de nosotros. Imposible no pensar en Paul Auster, escritor norteamericano, que en La noche del oráculo trabaja con ese azar que nos asedia a cada rato y que es la expresión de esa fisura-abismo que produce su proyecto escritural.
En los 80 un pintor amigo, Antonio Zárate, me leyó Los cuatro monstruos cardinales (1965) y no sé si ya este fatídico accidente había acontecido, sin embargo no importa porque para los lectores ilustrados-salvajes, sobre todo si tienen 15 años, los escritores están todos muertos y los únicos vivos son los lectores, o quizás el texto sea lo único vivo entre dos ausentes (autor y lector). Al escuchar Los cuatro monstruos, ensayo crítico-literario, intuí que se estaba jugando ahí algo importante, una prosa fulminante que sin temor a equivocarse, a latigazos logró que me habitaran, como a ella, estos cuatro monstruos cardinales, monstruos por lo que pintan: Francis Bacon, Jean Duduffet, José Luis Cuevas y Willem de Kooning, todo después de pronunciarse polémicamente sobre el impresionismo, del expresionismo, del surrealismo, del arte abstracto.
De ahí en adelante vi con mucha desconfianza al impresionismo y escribí para el doctorado un texto poco académico: La materialidad en el arte moderno que publiqué en la Revista Materia Oscura. Bien poco importa si compartimos o no todas las apreciaciones de Traba, lo importante acá es que a través de esa lectura accedía a una conciencia radical y lúcida que tomaba posiciones y en ese cerro arriba de Valparaíso y con esa perversa atmósfera dictatorial, lo que iba escuchando lo traducía como pura libertad.
En una condenada tradición artística, Traba lee el panorama de su tiempo y no comparte para nada ese gesto posmoderno: una especie de tolerancia a la vela donde todo es arte y todos son artistas. Una especie de primer tigre que nos merodea y amenaza con hacernos creer que cada uno de los artistas o poetas descubren el hilo negro. A ella no le da lo mismo porque le importa mucho el valor artístico, así que inevitablemente irá poblando de 15 nombres ese Museo Vacío. Un ensayo sobre el arte moderno (1958) donde nos da una lección sobre escritura no solo sobre crítica de arte, ya que toma a dos teóricos antagónicos en sus presupuestos somo son: Wilhelm Worringer y Benedetto Croce y, el primero era el creador de los grandes sistemas espirituales históricos (hombre primitivo, hombre gótico, etc.) que aborrecía Croce, ya que este postulaba un arte siempre individual y universal, considerando que se terminaba rebajando el arte a estos tipos estéticos que funcionan como esquemas espirituales. Y ante este antagonismo en vez de tomar partido, Traba nos enseña a pensar cuando genera un entronque entre los dos y se pregunta: ¿No puede el genio siempre individual seguir existiendo dentro de una dirección espiritual que no le somete, ni le dicta leyes, ni lo obliga en manera alguna, sino que es simplemente como una patria, como una tierra que no ha tenido más remedio que nacer? Claro, la oscilación entre las dos puntas de un camino, asumiendo la contradicción de la realidad, siempre nos permite una razón ampliada de la que nos habla Fernando Zalamea. Una lógica triádica que es heredera de la razonabilidad de Carlos Vaz Ferreira, de la prelógica del Movimiento Antropofágico brasilero, de la transculturación de Fernando Ortiz, de la lógica paraconsistente de Newton Da Costa y de la ciudad letrada de Ángel Rama. Eso somos dirá Traba, negación y ambición: una aspiración de una América integral, dirá Fernando.
Y qué es la patria en el arte: la lengua, la tierra, la mirada del artista que muchas veces está condenada a ser nómade. Dónde está la patria en países como los nuestros, tan desarrollados en lo tecnológico y tan subdesarrollados humanamente en el uso de esa misma tecnología. Fuimos muy ingenuos al pensar que seríamos más libres en la era de la información sin advertir que acabaríamos bajo oligopolios comunicacionales que terminarían dominando nuestros datos y la opinión pública. Acabamos desinformados. Traba vio esa dictadura de la tecnología en los 70, siguiendo la Escuela de Frankfurt que ya en los 40 y al estar en contacto con sociedades altamente tecnificadas y donde surgen las primeras industrias culturales como Hollywood, pudieron adelantar lo que se nos venía encima. En los 90, un país como Chile estaba esperanzado en que la mejor política comunicacional de un gobierno era no tener política comunicacional, así lo señalaba Eugenio Tironi (Imaginaacción) y miren donde llegamos: Boric canibalizado por la estrategia global de la derecha que es desinformar y que acaba de capitalizar el rechazo, generando una restauración conservadora no vista en Chile desde el Golpe. La izquierda no solo vive una derrota electoral sino hegemónica en Chile y el progresismo entero es corresponsable de este gesto fascistoide del que nos advertía el poeta Enrique Lihn. El progresismo no revisa sus preceptos y no está en condiciones de reconocer las causas de la derrota mientras la derecha sigue capitalizando la bronca de los sectores populares que en parte son neoliberales y no están interesados en los derechos sociales.
Qué puedo decir de Ángel Rama que no se haya dicho. Fundador de la Revista Marcha. Hice mi tesis de Magíster en él, analizando: La ciudad letrada, publicada póstumamente en 1984 y Transculturación narrativa en América Latina (1982), dos libros fascinantes que siguen siendo fundamentales para la crítica cultural latinoamericana, pero yo me enamoré de la Biblioteca Ayacucho, iniciada en 1974, una herramienta de integración cultural, una red entre los intelectuales latinoamericanos exiliados y una empresa de revisión colectiva de la historia y la identidad de la región. Rama fue el crítico literario más importante de América Latina, centrando su trabajo en el Modernismo, una de las puertas de entrada a la literatura latinoamericana, y en el boom latinoamericano, la consagración de dicha tradición. Leamos algunos títulos de Ayacucho.
Para Rama, el crítico literario también tiene que ser un editor porque son ellos los que desde las bambalinas logran rescatar los valores latinoamericanos. Ayacucho fue una empresa cultural sin ánimos de lucro distinta al Fondo Cultura Económica que siempre fue una empresa socialista con fines de lucro. La tarea de Ayacucho era conocernos a nosotros mismos para resistir a la asimilación acrítica de lo foráneo.
Augusto Roa Bastos, autor del Yo, el Supremo debía tomar ese avión y les escribe una conmovedora carta a Ángel y Marta cuando sucede el accidente, asumiendo que él también está en parte muerto: “Los busqué a los dos entre los restos carbonizados. Los buscaré siempre como si en medio de catástrofe de recuerdos hubiera de encontrar vuestros rostros sonrientes, como siempre, indemnes, tras los reflejos de las llamas contra el cielo sombrío de esa madrugada”.
Me parece una hermosa manera de despedirse de ambos.